Alguno
traía una novedad; la construcción de un
Sputnik casero. Solo necesitábamos una cajita de cerillos Clásicos o Talismán y
papel estaño del que protege los chocolates o los cigarros.
Obviamente
optamos por cerillos Talismán –son más baratos– pero eso si, como los
chocolates “son para los niños” compramos unos Baronet o unos Fama 81 de a peso
la cajetilla.
El
ingeniero en jefe se dispuso al armado. En realidad el juguete es bastante
sencillo y responde a elementales principios de física –materia por cierto, que
yo traía reprobada–
La
habilidad consistía en envolver con cierta precisión las cabezas de tres
cerillos con un pedacito de papel estaño de manera que al tiempo de contenerlas
permita un orificio inferior ni muy grande, ni muy pequeño, ni muy profundo, ni
muy superficial para que la combustión generada por la incandescencia
simultanea de los tres pedacitos de fósforo desarrolle la propulsión justa.
Luego solo habría que doblar los palitos encerados de los cerillos para formar
un trípode que no solo irguiera el cohete, sino también le proporcionara
dirección. El resto era solo colocar otro cerillo encendido por abajo y esperar.
Un
artefacto de estos bien armado puede elevarse tres metros. El resultado del
prototipo no lo recuerdo, pero seguramente fue seguido de otro… y otro… y
varios más hasta que se desató el
espíritu competitivo y fuimos en bola a conseguir muchos cerillos y tal vez
algunos chicles Motita de plátano.
Pero, ¿Porqué quedarnos en modestos
Sputniks? Cuando ya existe el Saturno V, cohete que transportó los módulos
espaciales Apolo.
Nuestra versión Saturno V no era
sino un Sputnik con potencia centuplicada, surgido de la mente irresponsable de
unos muchachos ociosos, pero colmados de una deliciosa candidez.
Pues bien, después de una lluvia
espontanea de ideas, nos dimos
afanosamente a la tarea de hacer acopio de los materiales necesarios tales como
una docena de cajetillas de cerillos, un cilindro de aluminio que originalmente
sirvió como empaque de película Kodak de 35 mm. Palitos de paletas congeladas,
mica para la cápsula de la tripulación y hasta astronauta con tablero de mando
y toda la cosa, Resistol, cinta de aislar y alambre.
Para esta misión necesitábamos una
mecha bien larga. La solución estaba al alcance de nuestras manos: un paquete
de cuetes chinos –que seguramente había importado el primo de Veracruz porque
aquí no se conseguían- las mechas de estos eran, o son, como de cinco
centímetros y unidas varias nos darían cierto margen de seguridad, y bueno,
¿para qué desperdiciar? Sí además la pólvora de los cuetes podría darle más
potencia a nuestra nave. Otro problema técnico que tuvimos que resolver fue la
manera de contener el coctel pirotécnico dentro de la cámara de combustión y al
mismo tiempo que el proyectil tuviera escape para evitar un efecto explosivo.
Esto “se resolvió” con un capuchón metálico de sidra repleto de pequeños
agujeros.
Una vez terminado el modelo, había
que determinar la ubicación de la plataforma de lanzamiento. La azotea excluida
por la presencia de los tanques de gas, la calle imposible. Solo quedaba el
patio del edificio, este era paso obligado para entrar o salir, por lo que
presentaba el inconveniente de ser transitado por algún vecino en cualquier
momento, posponiendo o de plano
abortando la misión. Ni modo corrimos ese riesgo.
Finalmente la cuenta regresiva
comenzó. Se prendió la mecha, las chispas lentamente avanzaron hacia su
destino.
El resultado: Una propulsión
continua alimentada por un consumo gradual de combustible que elevara el proyectil
un kilómetro… No, no fue eso lo que sucedió, sino una explosión seca que lo
lanzó en vertical a unos treinta metros para luego de quizás cinco segundos
caer prácticamente en el lugar mismo del despegue.
En el segundo seis la voz de Chonita -vecina del departamento doce- supero los descibeles alcanzados por nuestro cuetón exclamando algo así como “MUCHACHOS DEL DEMONIO QUÉ HAN HECHO”.
Para el segundo siete los cuatro muchachos habíamos recorrido una cuadra muertos de risa y felicidad. Misión cumplida.