Cantoya: recóndita región de oriente, famosa por su milenaria tradición
de elevar deseos al cielo mediante lámparas flotantes elaboradas a base de
papel seda y una flama de parafina.
Esa descripción
convencería a cualquiera, pero aun cuando al parecer, en efecto el invento de
los abuelitos de los modernos DRONES se remonta a China, lo cierto es que la
denominación de origen no es Cantoya, sino Cantolla (así, con LL), que es el
apellido de un singular personaje del México del siglo XIX y principios del XX.
El, literalmente
ilustre mexicano Joaquín de la Cantolla y Rico cedió su nombre a los globos de
luz por designio popular.
Resulta que nuestro prócer de los aires, confeccionó desde niño con sus
propias manos un sin número piezas. Con el tiempo su habilidad logró que cada
vez sus artesanías fueran más grandes, más vistosas y más eficaces para
desplazarse a grandes distancias. Fue tal su obsesión que la constancia hizo
que todo el vecindario se acostumbrara a ver esos objetos en el cielo. Cuando
algún extraño preguntaba admirado al ver una luz voladora, los vecinos respondían:
“es un globo de Cantolla”
Joaquín fue, propiamente un niño héroe, pues estudiaba en el Colegio
Militar durante la invasión gringa en 1847, por lo tanto, participó en la
batalla de Chapultepec. Para su fortuna no falleció, pero por lo mismo no fue
considerado héroe, un poco desencantado continuó con su carrera militar hasta
que a causa de un accidente con pólvora perdió un ojo, motivo por el cual
abandonó los estudios. Varias fuentes consultadas mencionan el hecho sin
aclarar la naturaleza de la eventualidad, pero conociendo las inclinaciones de
Joaquín, no sería imposible suponer que experimentaba una suerte de propulsión
para sus globos (Ojo, esto es de mi cosecha, una mera suposición atando cabos,
pues ciertamente también era inventor)
Ya fuera de la milicia buscó trabajo y lo consiguió de telegrafista, esa
actividad no lo hacía sentirse vivo, pero al menos se podía mantener. Cierto
día llegaron dos aeronautas norteamericanos, los hermanos Wilson, quienes por
módicos centavos permitían la entrada a un terreno de donde despegaba su globo.
Joaquín no sólo fue el primero en acudir al singular circo, sino que hizo todo
lo posible para volverse un ayudante provisional –sin paga, por supuesto-
mientras los gringos permanecieran explotando su espectáculo en la CDMX.
Evidentemente su intención fue absorber la mayor cantidad posible de
conocimientos en materia de aerostática.
Mantuvo, sin embargo, su empleo en Telégrafos de México. Siendo un ñoño
solitario sin demasiados gastos, en no mucho tiempo pudo ahorrar un pequeño
capital con el que fundó una empresa que denominó “Aerostática de México, S.A.”
su objetivo principal era construir globos aerostáticos tripulables, pero sus
ingresos provenían de la manufactura de “globos de Cantoya” (los de papel de
china) para eventos sociales.
Alguien podría
suponer que esta imagen fue la bien lograda escena de alguna película de “La
Vuelta al Mundo en 80 Días” Pero no; son los mexicanos Joaquín de la Cantolla y
Alberto Braniff, precursores de la aeronáutica nacional.
La fotografía
corresponde al último vuelo de Don Joaquín. Resulta que el 20 de marzo de 1914,
Braniff lo invitó a estrenar su nuevo juguete, un globo de fabricación francesa
que contaba con la mejor tecnología del momento. El decano de los vuelos
tripulados siempre voló con equipos manufacturados por él mismo, de manera que
el último modelo de ese tipo de artefactos lo predisponía un poco. Además,
Alberto, si bien cuatro años antes se cubrió de gloria por ser el primer piloto
aviador del país, en materia de globos no tenía experiencia.
Así, en medio de una gran expectación y con gran algarabía citadina, los
héroes del aire despegaron de la Alameda. Todo marchaba estupendamente hasta
que un viento inesperado los llevó al valle de Chalco donde había un campamento
de zapatistas, los rebeldes sin dudarlo intentaron derribar la aeronave a punta
de balazos. Los tripulantes lograron salvar la vida, De la Cantolla, sin embargo,
se sintió mal, por lo que el Junior lo llevó a su casa toda la velocidad que su
automóvil era capaz de desarrollar.
Dicen que fueron tantas emociones en un sólo día que su acelerado corazón de ochenta y cinco años de edad le provocó el derrame cerebral que terminó con su gloriosa existencia.
Dicen que fueron tantas emociones en un sólo día que su acelerado corazón de ochenta y cinco años de edad le provocó el derrame cerebral que terminó con su gloriosa existencia.
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