Hace algunos años visité Panamá, entre mis expectativas de ese
viaje había 2 muy puntuales: ver con mis ojos el canal y adquirir un
"auténtico sombrero Panamá".
Del primer objetivo hice en su momento una reseña. Del segundo
no tenía nada que decir más allá de presumir mi trofeo de 20 dólares (cantidad
inaudita para mí por una vulgar artesanía de paja) pero no venía al caso
escribir al respecto.
Cuando empecé a buscarlo sólo sabía que eran famosos porque
gente como Frank Sinatra, Winston Churchill, Tedy Roosevelt y Armando Manzanero
los usaron. Al comprarlo me enteré que no obstante el nombre, su origen no es
el país centroamericano, sino Ecuador. Y que se elabora artesanalmente con una
paja tan flexible que los sombreros pueden doblarse y enrollarse sin perder su
forma original; la fibra se denomina paja toquilla.
Para mí el tema se agotó ahí y viví cuatro años convencido que
era el envidiado poseedor del Ferrari de los sombreros. La ilusión se desmoronó
cuando un compadre me mostró un "Panamá" marca Tardán, la sombrerería
más famosa de México. Él lo compró para llevárselo a un pariente a quien fue a
visitar a Mozambique (literalmente un país del otro lado del mundo) donde, a
pesar de ser también un lugar tropical los sombreros americanos son muy
apreciados, tanto que mi compadre pagó algo así como 3,500 pesos.
Mi orgullo había recibido una herida ¡Cómo era posible que lo
que yo cacaré a los cuatro vientos como “mi auténtico sombrero Panamá”,
resultara ser una baratija con la que timan a los turistas poco enterados!
El baño de realidad me devastó (exageré para darle dramatismo y
algo de interés a un asunto tan nimio). ¡Bueno! Me dije para auto consolarme;
pronto iré a visitar a mi hijo a Cancún en cuyas cercanías podría adquirir un
sombrero de Jipijapa. Yo tenía entendido que los sombreros yucatecos eran los
llamados de Jipijapa. Doble error; uno, Jipijapa es el pueblo ecuatoriano que
produce la paja toquilla, dos, la mejor producción mexicana de esta
artesanía no es yucateca. Becal se llama el pueblo campechano que produce una
paja tan fina como la sudamericana. Tanto así que exporta al mismísimo Panamá.
Lo anterior lo descubrí al rascarle un poquito al tema, además
concluí que sólo hay dos formas conseguir uno de veras, de veras bueno; La
primera es acudir a sombrererías de prestigio como Montecristi (Ecuador) o
Tardán (“Dónde más carito dan”), en estos lugares te garantizan autenticidad,
calidad y hasta personalización del producto, pero hay que estar dispuesto a
pagar varios miles de pesos, como mi compadre, o mucho más inclusive.
Afortunadamente para los mortales existe una opción (Que aplica
en sombreros, ataúdes, chiles en nogada o cualquier cosa que se pueda
intercambiar por ese cochino invento llamado dinero). Me refiero a la
información, esa que ahora sí que puede conseguirse por casi nada.
¡Bueno! En cuanto a los tan necesarios sombreros que me
obligaron a escribir estas líneas, encontré que toda la península del sureste
mexicano es ideal para mercar un tiliche de estos con buena relación
precio/calidad, solo hay que tomar en cuenta algunos detalles; el color debe
ser muy claro sin llegar a ser blanco, los recubrimientos como lacas o barnices
son motivo claro de duda, la ligereza es otro factor a considerar, pero la
finura no depende únicamente de la materia prima, los artesanos tienen mucho
que ver por la técnica de confección y sobretodo la preparación de la fibra,
cuanto más delgadas sean las hebras mayor la flexibilidad y mayor tiempo de
fabricación. Por lo tanto, el precio aumenta exponencialmente. El parámetro clave
son las puntadas por pulgada cuadrada. Para dar una idea la pieza más fina del
mercado es tejida con unas 1,600 puntadas a mano por cada pulgada cuadrada de
superficie, eso significa muchos meses de trabajo que alguien tiene que pagar. En
este caso estamos hablando de un sombrero grado 40, es decir, se tejen 40 hilos
horizontales por 40 verticales. En las imágenes muestro un grado 20 (400
puntadas) cotizado en más de 13 mil pesos.
La buena noticia es que, para poseer un sombrero con casi todas
las características del mejor, o sea: indeformabilidad, ligereza, frescura y
diseño se puede acudir con el artesano y negociar sin intermediarios un grado
12 a buen precio con la sola condición de llevar consigo una regla para contar
los hilos.
Para no hacer el cuento más largo diré que, en efecto me hice de
mi Panamá mexicano grado 9 por el que terminé pagando sólo 300 pesitos, diré
también que me gusta mucho, que aprendí la lección por lo que no lo presumiré
como si fuera un Ferrari, pero que no me siento estafado porque esta vez le
estudié al asunto.
La historia
A fuerza de ser honesto conmigo mismo, esta historia podría parar en una
colección de datos inútiles, pero bueno; me encanta la información que explica
el porqué de las cosas simples. A veces surgen sorpresas que terminan siendo
piezas clave para entender asuntos mayores, incluso completan segmentos
del rompecabezas de una historia nacional o mundial.
Quiero partir de un punto que me parece bastante lógico, y aunque no lo
confirmé confío en la fuente. Copio y pego: “Fueron los Franciscanos los que comenzaron la enseñanza del
tejido de sombrero, en América.” (sería interesante saber si la práctica de
tejer petates y tenates es anterior o posterior a la conquista española).
“Haiga sido como haiga sido”, el caso es que el uso que se daba a estas sencillas
manufacturas evidentemente tenía que ver con trabajo arduo al aire libre.
Imagino que los labriegos americanos, como los de cualquier lado del mundo
echando mano de los materiales a su alcance tejieron preferentemente los de ala
ancha para protegerse mejor de los rayos solares.
A mediados del siglo XIX en California se desató la fiebre
del oro, ese hecho atrajo gambusinos de todo el orbe, los que provenían de
Europa preferían cruzar el nuevo continente por Panamá y bordear la costa del
Pacifico hasta el entonces norte de México, pues atravesar casi cuatro mil
kilómetros primero en tierras de esclavistas y luego de desierto expuestos a
los agresivos apaches y otras tribus amenazadas por los llamados “Pioneros
Americanos” era un riesgo mayúsculo. Así, el país del istmo de pronto se volvió
una estación de paso donde se demandaban pertrechos para continuar un viaje con
mucho sol. Una de las necesidades más solicitadas eran parasoles y al agotarse
las de la región se importaron de Ecuador. Los usuarios se referían a sus
excelentes sombreros de palma como: Panamá porque es ahí donde los adquirían
independientemente de su origen.
El sombrero Panamá del siglo XIX no se parecía para nada al
actual, dado que su función era proteger del sol lo importante era el ala ancha,
aunque su aspecto fuera burdo, como cualquiera usado por campesinos.
Pasó la fiebre del oro, pero no la necesidad de comunicar
los océanos Atlántico y Pacífico así que dieron comienzo los trabajos
encaminados a construir el canal, lo que implicó que, tanto el fallido proyecto
francés como el exitoso plan gringo hicieron que llegara de nueva cuenta una
oleada de extranjeros, sólo que ésta vez no eran aventureros, sino obreros y
profesionistas. Un ingeniero alemán, como tantos otros decidió que mientras
durara su estancia en la selva centroamericana, cuyo calor húmedo hacía insufrible
el uso de su elegante sombrero tirolés, adoptaría la humilde artesanía tropical;
era lógico el fieltro es adecuado para la fría región alpina, pero en Panamá lo
indicado es la ligereza y frescura de la fibra de palma.
Este hecho, que pudo no tener efecto alguno, fue la clave
del nacimiento de lo que hoy se conoce el como el sombrero Panamá, y es que a Hans
(imagino que así se llamó el acalorado bávaro), se le ocurrió solicitarle a un
artesano que le replicara en paja la forma de su sombrero de ala corta con
visera hacia abajo, postrera hacia arriba y cinta en lugar de cordón.
Para rematar la historia cuando el presidente
norteamericano Theodore Roosevelt visitó la obra del canal estos sombreros ya
se habían popularizado localmente entre los trabajadores de cierto nivel. Las
fotografías del político vestido con traje claro y portando un inusual sombrero
formal, pero de paja le dieron la vuelta al mundo y voilá: El sombrero Panamá
alcanzó fama mundial.
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