domingo, 21 de agosto de 2016

MI SOMBRERO PANAMÁ, Un buen consejo para casi nadie

Hace algunos años visité Panamá, entre mis expectativas de ese viaje había 2 muy puntuales: ver con mis ojos el canal y adquirir un "auténtico sombrero Panamá".
Del primer objetivo hice en su momento una reseña. Del segundo no tenía nada que decir más allá de presumir mi trofeo de 20 dólares (cantidad inaudita para mí por una vulgar artesanía de paja) pero no venía al caso escribir al respecto.
Cuando empecé a buscarlo sólo sabía que eran famosos porque gente como Frank Sinatra, Winston Churchill, Tedy Roosevelt y Armando Manzanero los usaron. Al comprarlo me enteré que no obstante el nombre, su origen no es el país centroamericano, sino Ecuador. Y que se elabora artesanalmente con una paja tan flexible que los sombreros pueden doblarse y enrollarse sin perder su forma original; la fibra se denomina paja toquilla.
Para mí el tema se agotó ahí y viví cuatro años convencido que era el envidiado poseedor del Ferrari de los sombreros. La ilusión se desmoronó cuando un compadre me mostró un "Panamá" marca Tardán, la sombrerería más famosa de México. Él lo compró para llevárselo a un pariente a quien fue a visitar a Mozambique (literalmente un país del otro lado del mundo) donde, a pesar de ser también un lugar tropical los sombreros americanos son muy apreciados, tanto que mi compadre pagó algo así como 3,500 pesos.
Mi orgullo había recibido una herida ¡Cómo era posible que lo que yo cacaré a los cuatro vientos como “mi auténtico sombrero Panamá”, resultara ser una baratija con la que timan a los turistas poco enterados!
El baño de realidad me devastó (exageré para darle dramatismo y algo de interés a un asunto tan nimio). ¡Bueno! Me dije para auto consolarme; pronto iré a visitar a mi hijo a Cancún en cuyas cercanías podría adquirir un sombrero de Jipijapa. Yo tenía entendido que los sombreros yucatecos eran los llamados de Jipijapa. Doble error; uno, Jipijapa es el pueblo ecuatoriano que produce la paja toquilla, dos, la mejor producción mexicana de esta artesanía no es yucateca. Becal se llama el pueblo campechano que produce una paja tan fina como la sudamericana. Tanto así que exporta al mismísimo Panamá.
Lo anterior lo descubrí al rascarle un poquito al tema, además concluí que sólo hay dos formas conseguir uno de veras, de veras bueno; La primera es acudir a sombrererías de prestigio como Montecristi (Ecuador) o Tardán (“Dónde más carito dan”), en estos lugares te garantizan autenticidad, calidad y hasta personalización del producto, pero hay que estar dispuesto a pagar varios miles de pesos, como mi compadre, o mucho más inclusive.
Afortunadamente para los mortales existe una opción (Que aplica en sombreros, ataúdes, chiles en nogada o cualquier cosa que se pueda intercambiar por ese cochino invento llamado dinero). Me refiero a la información, esa que ahora sí que puede conseguirse por casi nada.
¡Bueno! En cuanto a los tan necesarios sombreros que me obligaron a escribir estas líneas, encontré que toda la península del sureste mexicano es ideal para mercar un tiliche de estos con buena relación precio/calidad, solo hay que tomar en cuenta algunos detalles; el color debe ser muy claro sin llegar a ser blanco, los recubrimientos como lacas o barnices son motivo claro de duda, la ligereza es otro factor a considerar, pero la finura no depende únicamente de la materia prima, los artesanos tienen mucho que ver por la técnica de confección y sobretodo la preparación de la fibra, cuanto más delgadas sean las hebras mayor la flexibilidad y mayor tiempo de fabricación. Por lo tanto, el precio aumenta exponencialmente. El parámetro clave son las puntadas por pulgada cuadrada. Para dar una idea la pieza más fina del mercado es tejida con unas 1,600 puntadas a mano por cada pulgada cuadrada de superficie, eso significa muchos meses de trabajo que alguien tiene que pagar. En este caso estamos hablando de un sombrero grado 40, es decir, se tejen 40 hilos horizontales por 40 verticales. En las imágenes muestro un grado 20 (400 puntadas) cotizado en más de 13 mil pesos.
La buena noticia es que, para poseer un sombrero con casi todas las características del mejor, o sea: indeformabilidad, ligereza, frescura y diseño se puede acudir con el artesano y negociar sin intermediarios un grado 12 a buen precio con la sola condición de llevar consigo una regla para contar los hilos. 
Para no hacer el cuento más largo diré que, en efecto me hice de mi Panamá mexicano grado 9 por el que terminé pagando sólo 300 pesitos, diré también que me gusta mucho, que aprendí la lección por lo que no lo presumiré como si fuera un Ferrari, pero que no me siento estafado porque esta vez le estudié al asunto.

La historia
A fuerza de ser honesto conmigo mismo, esta historia podría parar en una colección de datos inútiles, pero bueno; me encanta la información que explica el porqué de las cosas simples. A veces surgen sorpresas que terminan siendo piezas clave para entender asuntos mayores, incluso completan segmentos del rompecabezas de una historia nacional o mundial.
Quiero partir de un punto que me parece bastante lógico, y aunque no lo confirmé confío en la fuente. Copio y pego: “Fueron los Franciscanos los que comenzaron la enseñanza del tejido de sombrero, en América.” (sería interesante saber si la práctica de tejer petates y tenates es anterior o posterior a la conquista española). “Haiga sido como haiga sido”, el caso es que el uso que se daba a estas sencillas manufacturas evidentemente tenía que ver con trabajo arduo al aire libre. Imagino que los labriegos americanos, como los de cualquier lado del mundo echando mano de los materiales a su alcance tejieron preferentemente los de ala ancha para protegerse mejor de los rayos solares.
A mediados del siglo XIX en California se desató la fiebre del oro, ese hecho atrajo gambusinos de todo el orbe, los que provenían de Europa preferían cruzar el nuevo continente por Panamá y bordear la costa del Pacifico hasta el entonces norte de México, pues atravesar casi cuatro mil kilómetros primero en tierras de esclavistas y luego de desierto expuestos a los agresivos apaches y otras tribus amenazadas por los llamados “Pioneros Americanos” era un riesgo mayúsculo. Así, el país del istmo de pronto se volvió una estación de paso donde se demandaban pertrechos para continuar un viaje con mucho sol. Una de las necesidades más solicitadas eran parasoles y al agotarse las de la región se importaron de Ecuador. Los usuarios se referían a sus excelentes sombreros de palma como: Panamá porque es ahí donde los adquirían independientemente de su origen.
El sombrero Panamá del siglo XIX no se parecía para nada al actual, dado que su función era proteger del sol lo importante era el ala ancha, aunque su aspecto fuera burdo, como cualquiera usado por campesinos.
Pasó la fiebre del oro, pero no la necesidad de comunicar los océanos Atlántico y Pacífico así que dieron comienzo los trabajos encaminados a construir el canal, lo que implicó que, tanto el fallido proyecto francés como el exitoso plan gringo hicieron que llegara de nueva cuenta una oleada de extranjeros, sólo que ésta vez no eran aventureros, sino obreros y profesionistas. Un ingeniero alemán, como tantos otros decidió que mientras durara su estancia en la selva centroamericana, cuyo calor húmedo hacía insufrible el uso de su elegante sombrero tirolés, adoptaría la humilde artesanía tropical; era lógico el fieltro es adecuado para la fría región alpina, pero en Panamá lo indicado es la ligereza y frescura de la fibra de palma.
Este hecho, que pudo no tener efecto alguno, fue la clave del nacimiento de lo que hoy se conoce el como el sombrero Panamá, y es que a Hans (imagino que así se llamó el acalorado bávaro), se le ocurrió solicitarle a un artesano que le replicara en paja la forma de su sombrero de ala corta con visera hacia abajo, postrera hacia arriba y cinta en lugar de cordón.
Para rematar la historia cuando el presidente norteamericano Theodore Roosevelt visitó la obra del canal estos sombreros ya se habían popularizado localmente entre los trabajadores de cierto nivel. Las fotografías del político vestido con traje claro y portando un inusual sombrero formal, pero de paja le dieron la vuelta al mundo y voilá: El sombrero Panamá alcanzó fama mundial.